Antonio Paredes: de Quijote a pitiyanqui. José Gregorio Linares
Profesor de la Universidad Bolivariana de Venezuela
Profesor de la Escuela Venezolana de Planificación
Responsable Académico de la Universidad Experimental de la Gran Caracas
Antonio Paredes (1869-1907) fue un
venezolano honorable que buena parte de su vida luchó al lado de quienes
peleaban por una Venezuela mejor; pero en la fase final de su existencia,
cegado por el resentimiento contra el presidente Cipriano Castro, se convirtió
en un alfil al servicio de Estados Unidos, y fracasó en su intento de derrocar
un gobierno nacionalista. Decir esto es controversial; sobre todo porque el
personaje tiene sus partidarios. De él hablan muy bien Ramón J. Velásquez en su
libro La caída del liberalismo amarillo;
Gustavo Sosa en su obra Antonio Paredes.
Un Guerrero Idealista, y muchos otros.
Alrededor de su figura se ha
construido una imagen de Quijote enfrentado a los molinos de viento del poder y
la injusticia. Es difícil no enaltecer a este personaje porque los mártires
gozan de las simpatías de la gente; y Antonio Paredes murió en su ley: fusilado
(15 de febrero de 1907) cuando luchaba por derrocar el gobierno de su enemigo
Cipriano Castro, a quien nunca le dio cuartel y de quien nunca esperó
clemencia. Ahora bien, no todos los que se inmolan por una causa sirven a nobles
proyectos; ni todos los que dicen luchar por su país son verdaderos patriotas;
ni todos los vencidos merecieron vencer.
Antonio Paredes fue un hombre
valiente y digno, de eso no cabe la menor duda. Pero al final de su vida se
colocó del lado equivocado de la Historia. Era descendiente de dos de los
héroes de nuestra gesta independentista, Juan Antonio y José de la Cruz
Paredes. Desde niño sintió que su destino era continuar el camino heroico de
sus antepasados. Mas en las circunstancias históricas que le tocó vivir, hubo
de enfrentarse a desafíos que le hicieron perder sus derroteros. Veamos.
Desde muy joven Paredes se alinea con
quienes, a su juicio, quieren lo mejor para Venezuela. Se alista en el ejército
de Joaquín Crespo (1841-1898), pero pronto entra en conflicto con un superior
que le injuria. Se percata entonces de que aun entre los mejores hay mediocres
e intrigantes. Decide enfrentar a su difamador. Es derrotado y se ve en la
necesidad de exiliarse. Como dispone de medios, entre 1893 y 1897, vive en
Alemania, Gran Bretaña, Francia (estudia en la Academia Militar de Saint-Cyr) y
Estados Unidos. Regresa a Venezuela días antes de la muerte de Crespo (abril
1898).
Mas Paredes es un hombre signado por
la desgracia: siempre estuvo en el lugar correcto en el momento menos oportuno.
Le tocó la mala suerte de haber sido nombrado comandante del Castillo
Libertador de Puerto Cabello en la fase agónica del gobierno de Ignacio Andrade
(1898). De modo que en 1899 cuando el ejército liderado por Cipriano Castro intenta
la toma del castillo, lo enfrenta con decisión y arrojo. No se rinde, como lo
hicieron muchos otros; ni huye como lo hizo el mismo Andrade; ni mucho menos se
cambia de bando y se convierte en corifeo del nuevo gobernante, como lo
hicieron muchos. Inspirado por su sentido del deber y su concepto de la
lealtad, resistió con heroísmo y asumió las consecuencias. Es hecho prisionero y
enviado al castillo de San Carlos en el Lago de Maracaibo, en cuyas salitrosas
mazmorras permanece tres años (noviembre de 1899 hasta diciembre 1902). Allí experimentó
toda suerte de calamidades y vejámenes. Y de todo culpa a Cipriano Castro,
contra quien va incubando un resentimiento visceral.
Es liberado a raíz de la amnistía
decretada por Castro para constituir un frente patriota en ocasión del bloqueo
extranjero contra Venezuela (diciembre de 1902 a febrero de1903). A tal fin fue
llamado a Caracas, pero se niega a dialogar con el presidente Castro y se exilia.
Su intransigencia le hizo perder de vista el momento oportuno para olvidar las
afrentas del pasado y unirse a un proyecto en defensa de la Patria. Paredes es
un hombre susceptible y orgulloso: ese es su punto débil. No perdona las
ofensas ni olvida los maltratos. No importan las amenazas contra Venezuela, él
es incapaz de llegar a acuerdos con un compatriota nacionalista para enfrentar
a un poderoso invasor extranjero.
Sus discrepancias con Castro parecen,
en fin, mayores que su amor por Venezuela. Por eso pisa en falso. Deserta de la causa de Venezuela; y se
convierte en un peón en el tablero geopolítico de EEUU; potencia que se propone
someter a Venezuela a sus designios. Prefiere irse a Trinidad, donde está el
foco de la conspiración de la élite pitiyanqui coaligada con los imperialistas
contra el presidente Castro. Ya en junio de 1903, aparece en Güiria coordinando
los últimos combates de la “Revolución Libertadora”, guerra civil financiada e
instigada por EEUU y las potencias europeas en nuestra Patria.
Su reconcomio es mayor que su
sensatez. Escribe en el año 1906 el libro “Cómo llegó Cipriano Castro al
poder”, con lo que atiza aún más los desacuerdos. Luego se va a EEUU
a armar una expedición contra el gobierno castrista. Allá lo esperan con los
brazos abiertos porque en USA, al ver que los incompetentes generales de la “Libertadora”
no habían podido derrocar a Castro, debían encontrar a alguien que sirviera a
sus intereses geopolíticos. Apostaron, sin reconocerlo públicamente, por
Antonio Paredes quien a diferencia de los otros enemigos de Castro tenía una trayectoria
ética prácticamente inmaculada.
Mientras Paredes se encuentra en EEUU,
la embajada venezolana descubre sus operaciones para invadir. Denuncia que éste
hace “las diligencias necesarias para la consecución de un barco, y tenía
compradas miles de armas y municiones”. Anuncia: “En pista segura preparativos
de guerra” (5
de octubre de 1906). En fin, en USA se organiza una expedición militar para que
un venezolano como Paredes invada su propio país e intente derrocar un gobierno
que defiende la soberanía nacional. Triste papel: Su coraje lo puso al servicio
de la potencia que pretendía subyugar a su nación; su brío lo encauzó contra
quien liderizaba la lucha por la independencia; su inteligencia la enfocó en
destruir lo que otros a duras penas intentaban construir.
Algo similar ocurre con varios
venezolanos honorables que alguna vez fueron partidarios del gobierno, y con
alguna gente honesta que se ha alejado del chavismo: el ego los vence. Sus
resentimientos, válidos o no, pesan más que su amor a la Patria amenazada. Sus críticas
al gobierno, justas o no, tienen más peso que su rechazo a la injerencia
extranjera. Por eso son incapaces de echar a un lado las diferencias y olvidar
los agravios, reales o imaginarios de que han sido objeto. Su orgullo herido
les impide sumarse a un frente patriota, a fin de denunciar e impedir el avance
de las fuerzas extranjeras en nuestro país. Prefieren mantenerse a distancia
del gobierno y el pueblo. Paulatinamente se deslizan hacia posiciones
favorables a Estados Unidos. Triste papel. Terminarán sus días como Antonio
Paredes, que lucho toda su vida por las causas más justas, y al final terminó
siendo un simple peón de EEUU, que hoy como ayer amenaza a la Patria de Bolívar
con someterla a la oscuridad y las tinieblas del coloniaje. Pero ¡vencerán el
sol y la luz de nuestras conciencias!
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